Confieso que soy un privilegiado porque siempre he trabajado en lo que me ha gustado, incluso cuando estaba descargando camiones de fruta para pagar mis estudios en la universidad. Fue un trabajo duro, no creativo en absoluto; pero significaba una dosis extra de voluntad: todos los días levantarse a las 3 de la mañana para ir al Mercado Central de Alimentos y ejercitar la fuerza física. Estas cosas te marcan y te hacen apreciar la importancia del esfuerzo bien dirigido. También tuvo sus consecuencias menos interesantes, como el hecho de que desde entonces no he podido dormir más de seis horas seguidas.
Así que hoy es viernes, no tengo clases que impartir y disfruto de unos días de vacaciones. Estoy a punto de relajarme, pero recuerdo que no he revisado mi correo electrónico, tengo miedo solo de pensar en lo que habrá en la bandeja de entrada. De hecho, lo abro y encuentro unos 300 mensajes, muchos de ellos provienen de listas de distribución de publicaciones científicas, otros son invitaciones para asistir a tal o cual evento, también hay muchos boletines enviados por algunas instituciones y organizaciones, etc. Tengo la opción de no leerlos y dejarlo todo para el lunes. Ello implicaría un considerable esfuerzo a principios de semana y tal vez me lleve demasiado tiempo. Además, ¿quién quiere revisar los correos electrónicos vencidos un lunes?
Como soy de los que piensan que lo que se puede hacer hoy no debe dejarse para mañana, decido leerlo todo y respondo a aquellos mensajes que lo requieran. Una tarea de dos horas de duración. También tengo que contestar a los mensajes enviados por mi aplicación de mensajería instantánea. Hay quienes te presionan; por ejemplo, la de los compañeros que me preguntan qué me ha parecido tal o cual artículo o noticia, dando por hecho que lo he leído, o la del amigo que me invita a su cumpleaños y exige una respuesta inmediata, etc.
Y luego viene la tarea de actualizar las redes sociales, leer cualquier comentario, noticia…
¡Uf!, es demasiado para mí. Recuerdo que al principio de mi carrera profesional apenas dedicaba unos minutos al día a ocuparme de la correspondencia -siempre en papel- y ya me parecía mucho. Las revistas científicas llegaban a través del servicio postal con una lentitud encantadora. Me enteraba de todo. Ahora es imposible. Y este frenesí de «actividad virtual» me quita tiempo para disfrutar de la poesía, o escuchar música, o ir de excursión, o simplemente pasar un buen rato sin prisas con amigos y familiares, ajenos a todo.
Tal vez mañana, o pasado mañana… esto no puede seguir así. Optimizar el tiempo y disfrutar de la vida, sin tanto trabajo, estrés, ni preocupaciones profesionales… ¿Es posible?